La trama
LA TRAMA
Piensa por un momento en una historia con la que realmente disfrutaras, una de esas historias que recuerdes que no podías dejar, que tenías que seguir leyendo por su suspense. Es más que probable que tuviese una trama magnífica. Cuando leemos nos tiene que preocupar lo que está ocurriendo y lo que puede pasar a continuación. Y si eso no fuera así, las historias que leamos acabarán abandonadas antes de que las terminemos.
Las obras de ficción no tratan, ni pueden tratar, sobre un millón de cosas y, por lo general, solo tratan de una cosa. Por tanto, la trama aporta coherencia a la ficción uniendo a todos los personajes, los ambientes, la voz y todo lo que los rodea alrededor de una única fuerza organizadora. Esa fuerza es la respuesta a la típica pregunta «¿de qué trata?» ante una historia corta o una novela.
Estructura de la trama (planteamiento, nudo y desenlace)
El modelo planteamiento, nudo y desenlace, está sin duda, bien probado ya que existe hace más de dos mil trescientos años, desde la Poética de Aristóteles, un discurso sobre el modo en que funciona el drama. De hecho, gran parte de nuestro pensamiento sobre la narrativa se deriva de la Poética, que a su vez nació del floreciente teatro griego y de la mitología que lo rodeaba, ambos ricos en historia y trama. Lo que Aristóteles codificó sigue aplicándose historia tras historia y novela tras novela hoy en día.
A continuación repasaremos estas tres secciones y comentaremos la función de cada una de ellas.
El planteamiento. La introducción o planteamiento de una historia debe cumplir tres funciones:
- Debe introducir al lector en medio de la acción, y no cuando no ocurre nada.
- Debe ofrecer toda la información básica necesaria para que el lector se meta en la historia.
- Debe establecer la pregunta ¿ de que trata o de que va la historia ?.
Veamos unos ejemplos sobre este último punto: El barril mágico de Bernard Malamud es una obra muy concurrida, poblada por personajes fascinantes y un memorable estilo narrativo, pero la preocupación básica o la pregunta que establece es si el estudiante rabínico Leo Finkle encontrará una mujer. En Memorial Day de Peter Cameron nos preguntamos si el chico que narra la historia podrá recuperar de alguna forma su vida anterior, aquella en la que sus padres seguían casados. En Los blues de Sonny de James Baldwin nuestro narrador se pregunta si Sonny podrá superar su difícil vida y su sufrimiento.
Estas tres cuestiones se deben presentar brevemente. El lector no tiene ganas de pasar mucho rato poniéndose al día y por eso las explicaciones deben ser limitadas. El lector quiere llegar a lo interesante, a la acción; en otras palabras, a lo que llamamos el nudo del relato.
El nudo o desarrollo suele ocupar la mayor parte del espacio en la obra. Contiene informaciones adicionales que profundizan aún más en los personajes y las situaciones con que nos hemos encontrado en el planteamiento. También es en el nudo donde se produce la acción central de la historia.
Lo más importante es que la sección del nudo es donde aparecen los obstáculos desalentadores que se cruzan en el camino del protagonista hacia su objetivo una y otra vez y donde las fuerzas unidas contra él o ella se vuelven cada vez más poderosas. Es allí donde el conflicto crece y crece hasta que ya no puede crecer más.
El desenlace. El desenlace o final probablemente sea la parte más breve de la obra, en particular en la ficción contemporánea. Los escritores contemporáneos tienden a no extenderse en sus desenlaces y evitan desplegar en su totalidad las ramificaciones finales de lo que está teniendo lugar. Sin embargo, el desenlace de una historia tiene unas responsabilidades importantes. Tal vez esta sección del relato sea la más breve, pero también es el lugar en el que todo se une.
El desenlace suele seguir una pauta que podríamos llamar de «las tres C»: crisis, clímax y consecuencias. La crisis es el punto en el que la tensión alcanza su grado máximo; el clímax es donde se rompe la tensión y donde recibimos la respuesta a la pregunta del punto 3 del planteamiento. A continuación se alude a las consecuencias, aunque de forma breve, al final de la obra.
ACTIVIDAD:
Lee el siguiente relato de Mario Benedetti, La noche de los feos. Identifica el planteamiento, nudo y desenlace.
“LA NOCHE DE LOS FEOS (Mario Benedetti)
1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
“¿Qué está pensando?”, pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
“Un lugar común”, dijo. “Tal para cual”.
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
“Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?”
“Sí”, dijo, todavía mirándome.
“Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.”
“Sí.”
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
“Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo.”
“¿Algo cómo qué?”
“Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad.”
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
“Prométame no tomarme como un chiflado.”
“Prometo.”
“La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?”
“No.”
“¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?”
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
“Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca.”
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
“Vamos”, dijo.
2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
ACTIVIDAD:
Crea un esquema completo para un cuento o una historia corta que se estructure de la siguiente manera:
-El relato debería comenzar con el protagonista que parte hacia un viaje. El destino podría estar tan cerca como la tienda de la esquina o tan lejos como el otro extremo del universo, pero la historia debería terminar cuando el protagonista llegue a su destino o retorne al punto de partida.
-Tu esquema debería contar claramente con un planteamiento, un nudo y un desenlace, así como con una crisis, un clímax y unas consecuencias. No te veas obligado a hacerlo todo perfecto. Podrás elegir otras opciones si acabas escribiendo el relato. Cuando nos vamos de viaje, no siempre nos atenemos a la ruta planificada.